Capítulo 1. Razones.

Era tarde, ya casi las tres de la mañana, una noche como esas que dejan qué desear. Lluvia, trueno y relámpagos. Y para variar: estaba sola.
Miré por la ventana y no podía soportar ver tanta agua corriendo. Me dolía la cabeza, quería seguir durmiendo, pero ya no podía, el ruido de la tormenta en las tejas me había despertado para no volver a dormirme.
Cada minuto era mortal. Caminé hasta la puerta que no paraba de sacudirse por el viento. Cuando la abrí me arrepentí. Una ráfaga de viento voló uno de los jarrones viejos que había en la casa. No era importante, no era valioso, para nada, pero lo iba a extrañar creo, estaba acostumbrada a tenerlo ahí.
Cerré la puerta y empecé a barrer los pedazos de cerámica color azul y ladrillo. Fue entonces cuando lo encontré. Un papel amarillento, con tinta que atravesaba de un lado a otro.
 Se imaginan que la curiosidad me estaba matando. Era algo importante, quizá cambiaría mi vida, quizá no, pero ¿y si así lo hacía? Soy así, cualquier cosa por mínimamente misteriosa que sea puedo hacerle una película en la cabeza.
Tenía que prepararme para este momento, imaginé infinitas posibilidades: desde una historia del pasado que tendría que revivir hasta magia que haría que cuando lo lea, alguien aparezca frente a mí.
Como dije antes, eran casi las tres de la madrugada, y la tormenta era terrible. Del jarrón no quedaba ya nada. Sólo ese papel viejo de quién sabe cuántos años. Algo seguro es que eran más de sesenta, recuerdo haber visto el jarrón en una foto vieja de cuando mi madre era niña, en la casa de su abuela.
Si hay algo que no les conté del jarrón es que era doble. Me refiero a que era hueco. Con paredes dobles. Ahora me hace pensar en una pelota pinchada y hundida, algo así era el jarrón, pero más alto, claro.Por eso creo que el papel es antiguo, y eso lo hace misterioso.  Cómo sino iban a esconder un papel en la doble pared de un jarrón.
Ya eran casi las cuatro. Imagínenme sentada a la mesa de la cocina, con una sola luz encendida, y el papel aún doblado, como esperando a que lo mire con atención. Me decidí a leerlo. O mirarlo, porque cuando lo vi no pude creer lo que encontré.
Era simplemente yo.
Mi rostro perfectamente dibujado. Con mis cicatrices, lunares y demás. Debajo hallé una firma.
Correspondía a un tal Peter J. Realmente no tenía idea de quién podía ser, ni mucho menos cómo pudo haberme dibujado.
Eso sí, se me llenó el alma de terror sólo de pensar que alguien me dibujó antes de que yo exista, o esa es mi conclusión, porque si tengo apenas 17 años, y el jarrón al menos 60, es inexplicable.
Esa madrugada tardé en dormirme, realmente estaba traumada, no sabía qué iba a hacer con el dibujo ni tampoco quería hacer nada, me aterraba, simplemente eso.

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Algún tiempo después...

Me encontraba perdida, hoy había despertado de la misma forma en que despertaba cada día después de esa madrugada. Dos años habían pasado y todavía hoy me sobresalta el jarrón cayendo de esa mesita, me despierto con la corriente de aire que lo hizo caer, el frío de la tormenta me envuelve, y de nuevo el despertador sonando, otro día más sin resolver nada sobre ese 'misterio' que me aflige cada día.

Hoy iba a ser un día pesado, tenía que ayudar a mi hermana mayor a elegir la decoración del salón, estaba por casarse. Ella siempre había sido un poco excéntrica, nunca entendí sus gustos artísticos, ni literarios y mucho menos en su forma de vestirse. Pero ella era así, no podía hacer nada. Me llevaba tres años más, estaba por cumplir 22 y ya se casaba. Cerca de las tres de la tarde me llamó.
- Ya sé cuál va a ser la temática.
- ¿Cuál?- contesté casi emocionada.
- Jarrones, me encantan ¿Te acordás Julie del jarrón azul y ladrillo de la abuela? Ese que era re lindo, y que si lo sacudías había algo adentro.
- La verdad, sí. Me acuerdo. ¿Por qué? ¿Vas a usarlo? Está roto, hace mucho tiempo.
Ella se rió, su risa sonaba extraña a través del teléfono.
- No, no pensaba usarlo, quería mandar a hacer algunos como ése. Me encantaba. Y lo mejor es que sé quién los hacía.¿Querés que vayamos hoy juntas a ver a esa persona?
Me asusté, me sobrepasó la situación, el momento temido por años había llegado. No supe contestarle, me quedé helada.
-¿Julie? ¿Estás ahí?
- Sí, perdón, dale, vayamos.
- Te paso a buscar en un rato ¿dale?
- Está bien, a las cuatro.
- Dale, un beso.

Después de hablar por teléfono fui corriendo a mi cuarto a buscar el papel. Lo tenía guardado entre tantos poemas que había escrito. Gracias a ellos no me había vuelto loca. Era la única forma de dejar lo que me pasaba en algún lugar.
Estuve un rato mirando el dibujo, digamos que casi una hora entera. Me di cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, yo era más parecida al dibujo que antes. Escuché la bocina del auto de mi hermana y me di cuenta de que había perdido el tiempo otra vez. Agarré mi cartera, puse el dibujo adentro, cerré la puerta con llave y me fui.
Ella estaba emocionada, yo estaba muy asustada.
El viaje fue corto hasta ese local de jarrones, oculto a un kilómetro de mi casa. Ella no dijo una palabra en todo el viaje, yo menos.
La verdad es que jamás hablo demasiado con ella, no somos tan unidas. Pero ella sabe que me gusta ayudarla, que en eso no tengo problema, siempre y cuando no se meta demasiado en mis problemas.
Llegamos por una calle asfaltada por la mitad, la casa era moderna, y estaba rodeada de jarrones, todos tenían algo especial un detalle, un color, una imagen, algo. A través de la ventana se veía al alfarero. Y junto a él un joven extraño. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando lo vi.
Tendría unos cortos 24 años, el pelo de un rubio oscuro dejado crecer y todo despeinado, pero prolijo. Unos ojos café y una sonrisa amable. Era apuesto. Iba bien vestido. Junto a él había un hombre mayor, muy parecido, era casi igual pero envejecido.
Cuando el viejo me vio le hizo una seña a él, me miró y entonces sentí algo que nunca había sentido, como si una descarga me hubiera recorrido el cuerpo.
Mientras yo estaba helada en la entrada del local, mi hermana ya había ido hasta el mostrador y pidió lo que quería. El viejo la atendió a ella, el chico seguía mirándome a los ojos.
- ¿Puedo ayudarte en algo?
Quedé atónita, ¿me hablaba a mi?  No supe responder.
- ¿Hola?- volvió a hablarme. Su voz era suave.
- Eh, sí, perdón. Es que estaba pensando.- Me miró interesado. Apoyó sus codos en el mostrador. En un día de verano como este, el chico llevaba una camisa con mangas cortas, sus brazos musculosos se resaltaron.
- ¿Querés que te ayude en algo? Un jarrón, un pedido, algo.
- No, es que en realidad... ¿Cómo es tu nombre?
Con su dedo índice señaló la identificación que colgaba de su camisa. Pude leer "Peter Jones"
Otra vez me quedé helada.
Él se reía. Como si yo estuviera loca.
- ¡Ey! ¿Vas a congelarte por todo? ¿Hay algo que pueda hacer por vos?- habló entre risas. Me caía bien. Pero yo seguía pensando en lo mío.
- ¿De casualidad...- no sabía cómo preguntarle- ...te gusta dibujar?- dije al fin, luego de varios segundos.
-¿Cómo sabés eso? - Preguntó el.
Entonces saqué mi dibujo de la cartera y se lo dí, así doblado y todo, como estaba, arrugado. Él lo abrió y lo miró, se quedó helado también. Al fin dijo:
- Muy bien dibujado, me fascina. ¿Quién lo hizo?¿Quién tuvo el honor de dibujarte?
- Bueno... según la firma que está ahí... es tuyo.- Me empezó a doler la cabeza.- Y la verdad es que no sé hace cuánto lo dibujaste, pero me da miedo, hace dos años que lo guardo, tratando de descubrir de quién es. - Empecé a marearme, me sentía como si estuviera flotando, no podía más. Él seguía mirando el dibujo.
- Bueno... no sé que decirte. Estoy seguro de que no fui yo, pero esa es mi firma. ¿Dónde lo encontraste?- Habló tranquilo como si estuviera acostumbrado a este tipo de cosas.
- Mi abuela tenía un jarrón, con paredes huecas. Color azul y ladrillo. Era un jarrón muy viejo. Y una noche se me cayó, y eso estaba adentro. Y la verdad es que el jarrón tenía mas de sesenta años.
- Bueno, si te dibujé será porque sos muy hermosa. Pero no imagino cómo pude haber dibujado algo hace tantos años, si apenas tengo 23.
- Nada tiene sentido en la vida. - Dije un poco enojada y sonrojada. Le saqué el dibujo de las manos, me fui y esperé a mi hermana en el auto.
Unos minutos mas tarde apareció él y me dijo que lo acompañara, que necesitaba mostrarme algo.
- No.- Contesté con seguridad. Estaba lo suficientemente mareada como par levantarme del asiento.
- No ganás nada haciendo eso, vení conmigo, y vas a entender.
- Pero ¿A dónde?- No alcancé a salir del auto y Peter ya me estaba llevando del brazo.
Me guió hacia uno de los lados del local, por el lado externo. En la pared había un gran cuadro en blanco, con apenas unos trazos curvos. Ese cuadro tendría al menos medio metro más que yo, eso que era alta.
- Mirá, acá es.-  Corrió el cuadro amarillento y había una pequeña puerta de madera con marcas de golpes, y un poco de telas de araña.
Él pasó tranquilo, como acostumbrado a ese lugar tan lúgubre. Yo me quedé en la entrada. Todavía estaba aterrada por la inmensidad de ese cuadro, más ancho que alto.  Adentro apenas se veía, algunos pinceles en el piso, hojas de papel revueltas, algunos bocetos, y Peter que me miraba con una expresión tranquila.
-¿Te gusta?- Me sacó de mis pensamientos.
-¿El qué?- Respondí un poco desorientada.
- Mi taller. Acá es donde hago mi magia, y supongo que habré hecho ese dibujo también.
- No es que se vea demasiado desde acá- Dije espiando un poco.
Peter encendió una luz y dijo:
- Pasá Julie. Nadie te va a comer acá.
Lo miré con desconfianza. Me pareció muy extraño todo.
- ¿Quién dijo que me llamaba así?
- Es que.. el papel, dice Julie, y tiene un corazón, ves?- Me señaló la parte en la que estaba mi nombre, yo lo quedé mirando todavía con un poco de inseguridad.
- ¿No te gusta Julie?¿Cómo te dicen?
- Sí, sí, me gusta. Pero es que... todo esto es muy raro.
- Te entiendo- dijo, y me miró con unos ojos blandos que me derritieron. Fue impresionante lo que sentí en ese momento.- Vení, pasá.
Entré y sentí la calidez del arte, la pequeña luz de noche iluminaba una mesita que tenía algunas carbonillas y hojas sueltas. Me encantó ese lugar. Yo seguía apreciando todo cuando él me tomó de la mano y me pidió que volteara.
Un cuadro incluso más grande que el de la entrada se presentaba frente a mí. Pero a diferencia del otro, éste estaba pintado.
Un rostro gigante, que cuanto más lo analizaba, más conocido lo encontraba. Descubrí mis ojos, mis mejillas, mis labios. Todo dibujado con exactitud.
- Esto ya me asusta-dije en un susurro- Asusta mucho.
- No sé qué es. Esos cuadros estaban acá antes de que yo descubra este lugar.
-¿Esos?- Me quedé pensando. Mi trauma por un simple dibujo adentro de un jarrón ahora se amplió a cuadros en un taller de arte con dibujos sobre mí. Dibujos enormes. Mi cara una al lado de la otra. Enmarcada como si fuera una obra de Da Vinci o alguno de esos artistas importantes.
- Sí, mirá atrás.
Indescriptible, sin contarlos podía decir que eran más de cuarenta, alguien había estado pintándome. Todas mis expresiones plasmadas en esta colección de Julies.  Uno atrás de otro, alguno más grande que otro. Pero siempre yo. Sonriendo, llorando, paciente, seria, inexpresiva, enojada. Muchas caras. Era yo.
 Salí corriendo de ese lugar. No fui al auto, no quería. Corrí al otro lado de la calle, que terminaba en un bosque. No era muy tarde, casi las seis, podía irme un rato sin preocuparme, pasear por el bosque, escaparme y pensar en otra cosa. El punto fue que no pude, mi cabeza se llenó de cuadros, de carbonillas y algunas tizas blancas, papeles en blanco que volaban por mi cabeza, hasta golpearme en la cara y seguir su camino con mi rostro marcado.
No sé como fue, pero terminé en el piso. Un dolor agudo latía en mi cabeza, creí haberme golpeado, pero después no estaba segura. Iba vestida como siempre, unos jeans a la moda, una camiseta fresca y un saco. Para ser verano, estaba bien. Pero uno  nadie sabe, y esta era una noche que refrescaba cada vez más. El golpe en la cabeza - o lo que sea que haya sido- provocó un desmayo. Si me desperté fue por el frío. Y por aquella sombra que ví en la oscuridad.
El terror me invadía, no podía respirar. Me di cuenta de que era Peter y pude relajarme un poco. Estaba acercándose, caminaba casi corriendo, con pasos largos. Cuando llegó hasta mi me cargó y me llevó al cobertizo de los cuadros. Preparó una pequeña cama que había ahí y se sentó al lado.
De todo esto saqué conclusiones a la mañana cuando desperté, reconstruyendo las imágenes que me habían quedado en la cabeza, esas imágenes entre la consciencia y la inconsciencia. Conclusiones.
No sé qué hora era cuando desperté, pero no era tan temprano, los rayos de luz se metían por entre las ranuras de las maderas y me daban en los ojos. Ahí al lado estaba Peter. Parecía un angel, pude observarlo mientras el dormía. Era muy bonito en verdad, la frescura de su piel bronceada y su sonrisa dormida eran algo apreciable. El cabello no llegaba a medir tres centímetros de largo y tenía un color castaño claro, como el mío, a diferencia de que yo lo tenía rizado, desde muy pequeña.
Habré estado mirándolo por más de media hora, hasta que despertó.
- Buenos días. - dijo entre bostezos.
-Buenos días. - dije yo, un poco confundida. Un dolor en la nuca me cegó por unos instantes.
- ¿Estás bien?- Peter me miró preocupado. Yo seguía sin entender algunas cosas.
- ¿Qué hacemos acá? Peter ¿por qué me trajiste acá?
- Perdón Julia, no encontré otro lugar mejor. No sé dónde vivís y vos estabas muy mal anoche. Escuché un grito no muy alejado mientras estaba por irme a dormir. Caminé un poco al bosque y estabas ahí. No se me ocurrió otra solución.- Peter hablaba con culpabilidad, como sintiéndose completamente arrepentido de lo que había hecho.
- Está bien Peter, no pasa nada, gracias. Necesito ir a casa ¿me acompañás?
- Son las siete de la mañana. ¿Ahora ya?
- Con más razón, ahora ya. - Insistí.- Tengo que llegar antes de las ocho.
- ¿Por qué tan temprano?
Lo pensé por unos instantes. Sabía que si decía algo él no iba a entenderme. La verdadera historia sobre lo que me tortura.  De todos modos no era algo que a él le incumbiese, acababa de conocerlo.


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